HE
DICHO
Poco tardó Miguel Delibes en
recopilar artículos, notas, recuerdos, charlas, discursos, apuntes, y montar
este libro publicado en 1996 por su editorial de siempre: Destino. Contaba
Delibes con 75 años cuando cogió entre sus manos por primera vez estos textos
recién editados. En el índice aparecían los seis capítulos que el escritor
había planeado. Cada uno con un tema y, en cada capítulo, un buen número de
artículos de pocas páginas.
He dicho es
uno de esos libros que difícilmente nos pueden interesar en su totalidad. Al
cazador le agradará leer títulos como Proteger
la avutarda, pero, en principio, no creo que se ilusione en exceso al leer
otros como El premio Cavour. Desde
luego, el libro es un abanico amplio, ancho (como los que mueven las andaluzas
en agosto) de temas diversos. Algo así como el bolso de la abuela en el que lo
mismo encontramos un mechero, que unas tiritas o una botella de agua. Delibes,
en He dicho, nos habla de cine, caza,
periodismo, literatura, amigos, Valladolid… ¿Quiere usted leer sobre el Tour de
Francia? Véngase a He dicho. ¿Le
interesa a usted Faulkner? Aquí tiene una buena reflexión. ¿Un repaso sobre el
premio Nadal? Delibes se lo cuenta. En He
dicho aparecen, como sucede en los pasillos oscuros de mi casa, lobos. Y
perros, perdices, boinas, libros baratos, ardides periodísticos, el niño que
protagonizó La guerra de papá,
Croacia, Jorge Guillén…
Miguel Delibes, con su humildad de siempre, dice que
escribe este libro “que tal vez pueda interesar a alguien”. Cuenta también en
el prólogo el porqué del título: “He
dicho fue una fórmula consagrada por el uso con la que los oradores de
antaño solían rematar sus intervenciones o discursos. Diríase que con el “he
dicho” rubricaban sus palabras, daban espontánea fe de su perorata”. Y sigue
escribiendo, un Miguel Delibes con 75 años, lo siguiente: “A estas alturas de
la vida, nadie sabe lo que puede ocurrir, o sea que estas páginas pueden ser
seguidas mañana de otras pero también es posible que no vengan más, es decir,
constituyan mis últimas reflexiones como observador de la vida en torno”.
Como investigador que soy de la vida y obra de
Delibes, me interesa el dato curioso, inusual, distinto. Y aquí encuentro que el
12 de noviembre de 1995 Delibes ni cazó ni vio un solo animal: “(…) pero una
cacería sin ver pelo ni pluma, sin divisar un solo pájaro, ni disfrutar
siquiera de una alegría visual, es la primera vez que me ocurre”. Vuelve a
quejarse de que los nuevos cazadores de aquellos años preferían la perdiz de
incubadora a la silvestre con tal de pegar unos tiros: “¿Qué hemos borrado del
mapa la perdiz roja bravía? Bueno y ¿eso qué importa? ¿De qué nos sirve
entonces llorarla y condolernos si así lo prefieren los cazadores? Aquello de
salir al campo a confrontar nuestra condición física con la de un pájaro es un
cuento chino. La finalidad de la caza, hoy -1995-, no es confrontar sino matar al pájaro como sea, cuanto más
pronto mejor. Y así nos crece el pelo”.
La caza es una de las constantes de Miguel Delibes, se
sabe. A veces aparece sin proponérselo. Pero no así la gastronomía de la zona.
No le interesaba al escritor, que era hombre de poco comer. Por eso, las citas
sobre comida aparecen con cuentagotas. Una de esas gotas son las patatas con
costillas que se comió en el Cocherón de su amigo Reglero, “de esas que matan a
un vivo y resucitan a un muerto”. En otra de las páginas de este libro, ni eso.
Simplemente “cena en casa de los Ruiz”. ¡Qué diferencia con Camilo José Cela,
que llegó a hacer anuncios de platos de cuchara!
El peso de oro de este libro no está en la caza (ni en
las comidas, por supuesto), sino en la literatura. En la suya y en la de los
demás. Delibes confiesa que lo que más ha trabajado es la novela, aunque sus
novelas hayan estado acompañadas de ensayos, libros de caza o relatos breves. Y
para escribir una novela, necesitaba que las palabras viniesen a su encuentro:
“El escritor convoca a la palabra pero esta comparece o no comparece. Así unas
veces consigue lo que pretende y otras no”. Conseguidas casi siempre con
notable éxito, las palabras de Delibes eran palabras de novela. No escribió
poesía, no la vio alcanzable: “Fue leyendo Cántico
-de Jorge Guillén- cuando me di cuenta de que yo nunca llegaría a ser poeta”.
Miguel no se acercó a la poesía pero sí que le
acercaron al cine sin él pretenderlo. Su literatura se extendió en nueve
ocasiones a las grandes pantallas y el escritor se preguntaba el porqué en He dicho: “(…) algún valor plástico
debió de encontrarse en mis obras literarias para que esta trasposición -de la
literatura al cine- se llevara a efecto”.
Acabo este artículo con una reflexión que se hace
Miguel Delibes pensando en el mañana de la literatura, ya por entonces acosada
por la televisión, el cine y las prisas que impiden una lectura reposada de
cualquier libro o, simplemente, impiden leer: “(…) la gran revolución de la
novela en el siglo que viene debería consistir en hacerlas más breves”.
JORGE
URDIALES YUSTE
Doctor en periodismo. Profesor
Especialista en Miguel Delibes
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