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56. ED. Delibes


HE DICHO

Poco tardó Miguel Delibes en recopilar artículos, notas, recuerdos, charlas, discursos, apuntes, y montar este libro publicado en 1996 por su editorial de siempre: Destino. Contaba Delibes con 75 años cuando cogió entre sus manos por primera vez estos textos recién editados. En el índice aparecían los seis capítulos que el escritor había planeado. Cada uno con un tema y, en cada capítulo, un buen número de artículos de pocas páginas.
He dicho es uno de esos libros que difícilmente nos pueden interesar en su totalidad. Al cazador le agradará leer títulos como Proteger la avutarda, pero, en principio, no creo que se ilusione en exceso al leer otros como El premio Cavour. Desde luego, el libro es un abanico amplio, ancho (como los que mueven las andaluzas en agosto) de temas diversos. Algo así como el bolso de la abuela en el que lo mismo encontramos un mechero, que unas tiritas o una botella de agua. Delibes, en He dicho, nos habla de cine, caza, periodismo, literatura, amigos, Valladolid… ¿Quiere usted leer sobre el Tour de Francia? Véngase a He dicho. ¿Le interesa a usted Faulkner? Aquí tiene una buena reflexión. ¿Un repaso sobre el premio Nadal? Delibes se lo cuenta. En He dicho aparecen, como sucede en los pasillos oscuros de mi casa, lobos. Y perros, perdices, boinas, libros baratos, ardides periodísticos, el niño que protagonizó La guerra de papá, Croacia, Jorge Guillén…
Miguel Delibes, con su humildad de siempre, dice que escribe este libro “que tal vez pueda interesar a alguien”. Cuenta también en el prólogo el porqué del título: “He dicho fue una fórmula consagrada por el uso con la que los oradores de antaño solían rematar sus intervenciones o discursos. Diríase que con el “he dicho” rubricaban sus palabras, daban espontánea fe de su perorata”. Y sigue escribiendo, un Miguel Delibes con 75 años, lo siguiente: “A estas alturas de la vida, nadie sabe lo que puede ocurrir, o sea que estas páginas pueden ser seguidas mañana de otras pero también es posible que no vengan más, es decir, constituyan mis últimas reflexiones como observador de la vida en torno”.
Como investigador que soy de la vida y obra de Delibes, me interesa el dato curioso, inusual, distinto. Y aquí encuentro que el 12 de noviembre de 1995 Delibes ni cazó ni vio un solo animal: “(…) pero una cacería sin ver pelo ni pluma, sin divisar un solo pájaro, ni disfrutar siquiera de una alegría visual, es la primera vez que me ocurre”. Vuelve a quejarse de que los nuevos cazadores de aquellos años preferían la perdiz de incubadora a la silvestre con tal de pegar unos tiros: “¿Qué hemos borrado del mapa la perdiz roja bravía? Bueno y ¿eso qué importa? ¿De qué nos sirve entonces llorarla y condolernos si así lo prefieren los cazadores? Aquello de salir al campo a confrontar nuestra condición física con la de un pájaro es un cuento chino. La finalidad de la caza, hoy -1995-, no es confrontar sino matar al pájaro como sea, cuanto más pronto mejor. Y así nos crece el pelo”.

La caza es una de las constantes de Miguel Delibes, se sabe. A veces aparece sin proponérselo. Pero no así la gastronomía de la zona. No le interesaba al escritor, que era hombre de poco comer. Por eso, las citas sobre comida aparecen con cuentagotas. Una de esas gotas son las patatas con costillas que se comió en el Cocherón de su amigo Reglero, “de esas que matan a un vivo y resucitan a un muerto”. En otra de las páginas de este libro, ni eso. Simplemente “cena en casa de los Ruiz”. ¡Qué diferencia con Camilo José Cela, que llegó a hacer anuncios de platos de cuchara!
El peso de oro de este libro no está en la caza (ni en las comidas, por supuesto), sino en la literatura. En la suya y en la de los demás. Delibes confiesa que lo que más ha trabajado es la novela, aunque sus novelas hayan estado acompañadas de ensayos, libros de caza o relatos breves. Y para escribir una novela, necesitaba que las palabras viniesen a su encuentro: “El escritor convoca a la palabra pero esta comparece o no comparece. Así unas veces consigue lo que pretende y otras no”. Conseguidas casi siempre con notable éxito, las palabras de Delibes eran palabras de novela. No escribió poesía, no la vio alcanzable: “Fue leyendo Cántico -de Jorge Guillén- cuando me di cuenta de que yo nunca llegaría a ser poeta”.
Miguel no se acercó a la poesía pero sí que le acercaron al cine sin él pretenderlo. Su literatura se extendió en nueve ocasiones a las grandes pantallas y el escritor se preguntaba el porqué en He dicho: “(…) algún valor plástico debió de encontrarse en mis obras literarias para que esta trasposición -de la literatura al cine- se llevara a efecto”.
Acabo este artículo con una reflexión que se hace Miguel Delibes pensando en el mañana de la literatura, ya por entonces acosada por la televisión, el cine y las prisas que impiden una lectura reposada de cualquier libro o, simplemente, impiden leer: “(…) la gran revolución de la novela en el siglo que viene debería consistir en hacerlas más breves”.
JORGE URDIALES YUSTE
Doctor en periodismo. Profesor
                                                                             Especialista en Miguel Delibes   

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