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60. CH Delibes


         CASTILLA HABLA


Castilla le habló a Delibes hace 31 años con los temas de siempre (la sequía, la sed, el asado…), a través de las novedades del momento (Castilla en el Mercado Común, el canaricultor, las tentavivas de repoblación…) y también recuperando en el último momento aquellos oficios y costumbres que tendían a desaparecer (las oreanas del Sil, el cangrejo de patas blancas, los palomares…)
Miguel Delibes, ya en los años 80, se volvió a patear el campo en busca de noticias. Como el médico que ausculta al paciente, Delibes tomó el pulso a su tierra hace ya tres décadas. La editorial, Destino, levantó finalmente acta del estado de Castilla en 1986, ahora hace 31 años.
Sería pueril decir que Castilla habla es un libro que no ha tenido el reconocimiento que se merece. Eso se dice de casi todos los libros y autores de los que uno habla. En Delibes lo he oído cientos de veces, pero también lo he oído de Cela o de Juan Ramón Jiménez. No sé si hoy solo se salvan de esa reflexión García Lorca y Miguel Hernández… Sea como fuere para mí Castilla habla es una de las joyas de Miguel Delibes. Quizá por los temas que trata, por la facilidad de su lectura… Quizá por que cualquiera se puede ver reflejado en alguno de sus capítulos o, al menos, ver reflejados a sus padres o abuelos.
Castilla habla es un largo paseo por la Castilla de los años 80. En el libro, Delibes dedica un capítulo a cada uno de los personajes con los que se “encuentra”. Les hace hablar y contar su modo de vida o su experiencia pasada sobre algo. Cada capítulo, independiente de los demás, es un vivo retrato del palpitar castellano de hace 31 años.
No pretende Delibes hacer una enciclopedia de la Castilla de entonces con este libro. Busca recoger testimonios de la gente de su tierra, casi todos curiosos y algunos desconocidos incluso para los propios castellanos. Delibes, que tiene sus querencias, tiene presto el olfato para encontrar los viejos oficios que ya entonces se estaban perdiendo. Los encuentra y nos los presenta en forma de capítulo de Castilla habla.
Gran parte de aquellas gentes que se presentan en el libro, hoy ya no están. Ni siquiera nos queda el escritor, que se fue en 2010. Pero todavía me encontré con Alfredo Rodríguez hace un par de años en su Medina de Rioseco. Alfredo, protagonista del capítulo VIII de Castilla habla, me recibió en su casa con una americana beige propia de su edad. Vestía con elegancia y con la austeridad que se lleva en estas tierras.

Jorge Urdiales en casa de Alfredo Rodríguez.
Detrás de ambos, el cuadro con el palomar del que habló Delibes.


Repasamos las seis páginas del capítulo del que es protagonista. “Los palomares”, le puso por título Miguel Delibes.
Miguel Delibes, hace más de treinta años, estuvo en la casa de Alfredo para preguntarle por su palomar y aquella entrevista se publicó primero en El Norte de Castilla y después se hizo literatura en Castilla habla. Delibes vino a ver a Alfredo por su palomar. Entonces, tenía pichones y los vendía al restaurante la Rúa que estaba y está frente a su casa. El palomar , hoy, 1º de abril de 2016, sigue siendo de Alfredo y se puede ver a dos kilómetros de su casa, en Pozo Pedro.
Jorge Urdiales y Alfredo Rodríguez en el palomar.
 En Pozo Pedro se llegaron a tener cinco palomares que hoy se han reducido a dos y sin palomas. Pozo Pedro fue algo serio en sus tiempos, con casa para los señores, para la gente que trabajaba en la finca (cuatro familias con ocho hijos), ¡hasta con capilla! Aquello tiene un aspecto rural muy emotivo pero sin duda se ve abandonado.  
Miguel Delibes, me contó Alfredo hace un par de años, era un hombre muy comunicativo. La entrevista entre Alfredo y el escritor fue entrañable y, cuando aquella charla se hizo capítulo del libro y el libro se publicó, Delibes le mandó un ejemplar firmado. Lo solía hacer con sus personajes de carne y hueso.
La entrevista entre Delibes y Alfredo, hace treinta años, tuvo lugar en la casa. No se acercaron al palomar de Pozo Pedro. Delibes escuchó a Alfredo con atención, tomó nota y plasmó la realidad del palomar tal y como era.
Alfredo Rodríguez le contó a Delibes muchas cosas, pero durante mi entrevista con él hace dos años, el anciano se explayó aún más. Me dio muchos otros detalles sobre su palomar, como que de él se sacaban los pichones y también dos o tres carros de palomina; que entonces llegaban a coger 100 pares de pichones por temporada; o que la palomina, sin embargo, no la vendían. Ellos tenían agricultura y la echaban para las tierras de casa.
Para Alfredo, el palomar siempre fue un entretenimiento. No llegó a ser negocio. El poco dinero que sacaba del palomar lo consiguió de vender pichones al restaurante La Rúa, que se ve desde el balcón de su casa. En la actualidad el restaurante sigue ofreciendo pichones en la carta porque hay uno de Moral de la Reina que se los trae cada ocho días. Alfredo ni vendió la palomina ni vendió palomas para el tiro al pichón, tan popular hace unos años. Era, como nos recalca una y otra vez, un entretenimiento.
De aquello que contaba Delibes en el capítulo de Castilla habla hay cosas que ya no existen, después de treinta años, como el hotel Norte. En el solar que dejó el hotel se han construido viviendas. Tampoco están igual los palomares de los que habla el capítulo. Solo queda uno en todo el término de Rioseco.
Los años han ido pasando y Alfredo, en 2016, se ha quedado sin hermanos. Todos murieron, de 11 que eran. Alfredo, que nació y vivió siempre bajo este techo, siente hoy, 30 años después de la publicación de Castilla habla, cierta nostalgia de los años vividos. Para Alfredo, con las máquinas actuales no queda nada de grano ni de nada en el campo y las ovejas apenas tienen qué comer.
Con el cambio de costumbres y de aperos también se han ido perdiendo muchas palabras que nombran esas realidades. Las que nombran las partes del palomar le salen a Alfredo sin dificultad: el capuchón del palomar (el tejado) o las troneras (que son los distintos redondeles que hay por dentro).
El interior del palomar de Alfredo Rodríguez.
En aquellos años 80 los pichones que comían en casa de Alfredo los cocinaba Irene, que llevaba siempre el mismo orden: limpiarlos, pelarlos, freírlos y guisarlos. Al fin y al cabo Alfredo tenía el palomar para eso, para comerse los pichones.

Con el recuerdo del sabor de los pichones de Alfredo Rodríguez, el protagonista del capítulo VIII de Castilla habla, acabé aquella entrevista hace dos años. Alfredo me invitó entonces a ver su palomar, ese que pasó a la Historia de la mano de Miguel Delibes. El viejo palomar del tío Alfredo, hoy sin palomas, sigue vigilante como un centinela en tiempos de la Reconquista. Se confunde con el paisaje. Su puerta sigue abriendo, sus paredes podrían acoger a nuevas palomas… Al palomar del tío Alfredo, que es parte del paisaje rural castellano, le pasa lo que contaba Miguel Delibes en Viejas historias de Castilla la Vieja:
“Después de todo, el pueblo permanece y algo queda de uno agarrado a los cuetos, los chopos y los rastrojos. En las ciudades se muere uno del todo; en los pueblos, no”.
Castilla sigue hablando hoy, treinta años después de la publicación de Castilla habla, de otra manera, pero también de la misma manera. Algunas cosas han cambiado, otras perduran. Ahora, en 2017, estamos celebrando que Delibes acertara a pintar Castilla en un libro que merece la pena volver a leer este verano: Castilla habla.
                                                                                       JORGE URDIALES YUSTE
Doctor en periodismo. Profesor
Especalista en Miguel Delibes








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